Si no es raro ver a un Trapiello tirar de pluma para retar a las cosas de contar como si fuera un duelo a pincel, menos lo es en el caso de Andrés Martínez Trapiello porque él lo mamó en casa bien tempranamente por tener padre periodista y estantería librera, casa donde entraban noticias atropelladas y salían vestidas de crónica, allí donde latía el oficio que exige buscar la palabra precisa y la frase labrada para hacer creer lo que no vimos o crear lo que vieron otros.
Y Andrés, claro, sabe escribir porque aprendió a ver y a leer y a dudar… y porque unos frailes redondearon lo mamado con nuevas palabras y miradas, proporcionando además un sentido adversativo muy escolástico, ese del «si, pero», ese que tanto ahormaría el estilo y actitud de no pocos «atravesados» que estudiamos con ellos sin que nuestra gratitud tardía alcance a pagarles nada.
Ocurre, sin embargo, que al contrario de los trapiellos incontinentes, Andrés en su modestia ha sujetado el verbo escrito limitándolo a contadas ocasiones y a su entorno o cercanías, ahí donde la palabra ha de ir limpia de todo perifollo o truco porque quienes te leen te saben. De modo que he de celebrar esta feliz traición editorial que permitirá desvelar y compartir lo que solo unos pocos disfrutan, reparando así este libro un silencio tan injusto como inexplicable.
Pedro García Trapiello
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