Artículo de Luis Carrizo, autor del libro "Bienvenidos al Quijote"
Una frugal colación:
De manera que tu sobrino Fernando se trae una indisimulada coña marinera a costa tuya, porque el otro día te oyó decir que en el comer eres de costumbres más bien morigeradas. Pero, ¿cómo se te pudo escapar semejante vocablo delante de semejante espécimen? ¿No es éste el que, según me comentaste una vez, con sarcasmo, era incapaz de leer un texto cuya extensión pudiera sobrepasar los límites de un tatuaje? Compruebo que te resistes a poner en práctica las sabias enseñanzas de mi abuelo el militar, tantas veces recordadas por mí ya veo que sin éxito: Articulo primero: conocer al personal.
Entérate: ahora puedes decir ciclogénesis explosiva, mientras presentas El tiempo en el Telediario, sin que nadie levante, sorprendido, la vista a la pantalla; y puedes escribir en un folleto que un coche dispone de climatizador bifocal (o bizona), o pregonar en un anuncio que el dentífrico X lleva en su composición peróxido de carbomida, convencido de que nadie, tampoco, va a arrugar mínimamente el entrecejo; pero no se te ocurra, ni por pienso, hacer uso en tu vocabulario de los términos morigerado, ponzoña, molicie, añagaza o lugareño —pongo por caso— porque podrías fácilmente ser corrido a gorrazos por el personal.
Yo, si quisieras congraciarte con Fernando y recuperar tu maltrecho prestigio, te aconsejaría le solicitases de inmediato una clase acerca de los emoticones, que, como seguramente ignoras, son la fórmula actual para expresar los sentimientos “por escrito” sin necesidad de recurrir a palabras “raras” como las que tú utilizas. Después —esto es ya trabajo de campo—, si deseases, además, mantener comunicaciones verbales con el resto de congéneres que conforman el taxón al que pertenece tu sobrino, deberías hacer acopio de un buen surtido de interjecciones (valen también simples sonidos guturales), ya que este tipo de fonemas constituyen la columna vertebral de sus conversaciones. Los huecos bastará rellenarlos con frases hechas y oraciones sencillas de las de sujeto, verbo y predicado.
Quiero suponer que no se te habrá ocurrido alegar, como justificación a tu manía de llamar a las cosas por su nombre, que la primera vez que leíste el Quijote llegaste a consultar el diccionario más de seiscientas veces. Si hubieras cometido ese error puedes ahorrarte la lección de los emoticones e ir dando por definitivamente rotos todos los puentes que pudiesen haberte unido a tu sobrino. Ya me lo imagino alardeando de familiar exótico ante sus colegas:
—¡Qué flipe, tíos! Tengo un tío, pero un tío-tío, un tío… de familia, que se ha leído varias veces el Quijote.
—¡Guau! ¡no jodas, tío!
—Pues cágate ya, porque además me consta que consulta el diccionario cada vez que se encuentra una palabra que desconoce
—Qué mal rollo, ¿no?
—¡Es superfuerte, tío!
—¡Jo!